martes, 21 de abril de 2015

Llegando al sur de Chiloé. Huildad y Quellón

Llevamos unos cuantos días sin internet, pero antes de echar mano sin remedio a las crónicas de ruta (las que van cortitas y sin fotos) vamos a intentar apurar al máximo los cuatro sitios con conexión que nos quedan antes de perdernos en el sur de los sures.

Nos han pasado muchas muchas cosas, algunas algo surrealistas (todas buenas) pero queremos ir pasito a pasito. Nos quedamos en Pailad y el siguiente punto de fondeo fue el estero Huildad.

Como no teníamos prisa y pese a la corriente que no siempre nos quería empujar en la buena dirección, hicimos casi todo el camino a vela.

La entrada en el fondeo no es muy ancha -al menos entonces no me lo pareció- pero se hace sin problemas simplemente mirando la corriente que se mueve. Elegimos una zona amplia donde echar el ancla y ¡ohhhh! parecía que estabamos en Canadá: una montaña cubierta de árboles hasta donde nos alcanzaba la vista.

Al día siguiente nos dimos un buen paseo con el dinghy hasta donde según la guía estaba el pueblo. No hay tal pueblo sino un camino largo bordeado de casas (eso sí, un centro de salud y una escuela sí hay) que nos sirvió para ejercitar los músculos. Sólo queríamos comprar algo de pan; pasábamos junto a la casita más destartalada de la zona cuando vimos asomar una señora en la ventana y le preguntamos por una panadería; no la hay en el pueblo pero nos dijo que ella tenía pan. Pensamos que nos lo quería vender pero nada de eso, nos regaló todo su pan y tan contenta. Estuvimos charlando con ella por más de media hora (una vida dura la de estas gentes) y seguimos con nuestro camino de ida y vuelta



Por la tarde vimos entrar un velero, ¡bien, compañía!, bandera holandesa ¡son los Lyra!,





 habíamos coincidido con ellos en Puerto Montt pero no habíamos tenido tiempo para charlar sin prisas. Hoy cena aquí, mañana paseito recogiendo conchas, mañana cena allí... despacito y disfrutando del momento, que el verano se nos alarga y ni siquiera diríamos que estamos en el Chile frío y desapacible que nos habíamos dibujado en la mente.



Con una puesta de sol de las que hacen historia, nos despedimos de Herman y Rian y de Huildad para ir a nuestro último fondeo en Chiloé, la ciudad de Quellón



La navegación hasta Quellón fue cortita (vela y motor) y entramos por el canal más al este (que en las guías cuentan como algo difícil pero que en verdad no lo es, entran hasta ferrys grandes de pasajeros); lo que no fue tan fácil fue tanto fue encontrar dónde echar el ancla. Quellón es un puerto pesquero que reúne una flota grande grande, hay muchas boyas pero claramente son para barcos de faena y no invitan a amarrarse sin más. Preguntamos a la Armada a través de la radio y nos confirmó que son todo boyas privadas y que si acaso lo mejor era pedir permiso para abarloarse a un pesquero.




Preferimos ir a buscar el fondo de la bahía, más tranquilo, y en 12 metros dejamos caer el ancla y allá nos quedamos sin problemas por los próximos tres días.

Estábamos avisados de que la ciudad no es un lugar seguro (han habido casos en que la auxiliar ha sido robada) y que no es fácil ir de paseo por esa razón (no saber dónde dejarla) pero nosotros optamos por ir al muelle de los pescadores, pedir "asilo" y siempre hubo quien nos vigiló el botecito sin problemas





Fue un gusto ir de nuevo a pasear por las calles, encontrar un ciber, un super, ¡una peluquería!

Johan necesitaba un corte de pelo y allá que se fue. Tenemos que decir que en este viaje (desde que salimos de España) muchas de las veces que Johan se ha cortado el pelo han sido experiencias para escribir, guardar y recordar; esta vez no fue menos. Una peluquera inexperta (que solo acabado el trabajo confesó haber aprendido mirando youtoube) llegada a este rincón del mundo desde Colombia, que se moría por hacerse fotos!!!

 



Aprovechamos para ir a comprar una fruta novedosa para nosotros que habíamos comido con el Lyra; en la frutería nos explicaron que es propia de la zona y que se llama pepino dulce...



 a nosotros por la forma nos recuerda a un bulbo de tulipán, por el sabor, así de lejos, a una pera, así que lo hemos bautizado como el tulipera!



Nuestro siguiente destino tenía que ser Melinka, pero el Pic la Lune, con Sonia y Antonio estaba en camino y nos proponían una cenita en Tic Toc... y si hay que dejarse llevar, pues sea ¡a Tic Toc que nos fuimos!


continuará

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