sábado, 9 de julio de 2011

rumbo a Monemvasia

Antes de iniciar nuestra vueltecita por el Peloponeso aun tuvimos tiempo de alquilar un coche para escaparnos hasta Atenas y comprar cosillas que hacían falta para poner en funcionamiento la BLU y de paso hicimos un poquito de turismo cultural.


Visitar Epidavros era una asignatura pendiente... y ha valido la pena aprobarla


el entorno es maravilloso y poder plantarse ahí en medio y mirar a las alturas, encontrarte a Johan allí a lo lejos y poder decirle "te quiero" y recibir una ovación, es algo que no me pasa todos los días!!!!





Maravilloso poder ver la técnica, la acústica, y descubrir que lo de la fila VIP se inventó hace mucho pero mucho tiempo






esta fila -a diferencia de las demás- tiene respaldo!

un paseito por el museo y hacia el barco, que nos llama el mar




Y por fin, y de nuevo los dos solos, iniciamos el rumbo al sur desde Pto. Helli. Por primera vez salimos del fondeo a vela (bonito, bonito) y navegamos hacia Leonidhion, siempre a vela, despacito pero a vela!

Probamos de nuevo a Charlotte -nuestro piloto de viento- y algo no fue bien porque rompió una pieza ¡mecachis! toca perfeccionar la técnica (y reparar la averia)

En Leonidhion -amarrados en el mismo sitio que en nuestra anterior visita- nos fuimos directos al barcito a tomar una cerveza para festejar la buena travesía; la señora nos recordaba de nuestra anterior visita (¿será porque el Alea es de color naranja? ¿será porque la señora es seguidora del Barça y estuvimos hablando de fútbol?) y para nuestra sorpresa nos regaló una bolsa con una lechuga y unos tomates de su huerta!

Aquí os dejo una foto pero LO SIENTO no puedo dejaros el olor de los tomates





mmmmm, en cuanto ese olorcito llegó a mi nariz me llevó directa a mis 7/8 años, a la granja en la que vivían mis abuelos, al huerto en el que me dejaban trajinar entre tomateras y matas de judías, recogiendo patatas o viendo crecer los melones


otra vez nos quedó claro que la vida es un regalo... especialmente si sabes ver la magia en el olor de un tomate, la amistad en el regalo de unas hortalizas, en fin, esas cosas que a nosotros sí nos pasan.


Al día siguiente, sobre las 10:00h salimos hacia Monemvasia, unas 40 millas por delante y poco viento para empujarnos. A ratos a vela y a ratos a motor fuimos pasando las horas sin mayor problema; sólo a unas 15 millas del destino se empezó a establecer un buen viento que nos permitió dar descanso al motor y disfutar de la vela


Pero el viento fue subiendo y subiendo y cuando ya podíamos ver el destino estaba bien establecido en 30 nudos


a que nos quedábamos otra vez sin poder ver Monemvasia???




Mi yo pesimista empezaba a dar por hecho que el pueblito no se dejaría visitar (tampoco pasa nada, siempre hay que dejar algo en el tintero) y que iba ser imposible amarrar y tocaría fondear y pasar mala noche o volver más al norte.

Johan dijo (lo recuerdo bien) “si hay más de 18 nudo en el puerto nos vamos”

y yo no dejaba de mirar el relojito del viento... que cuando estábamos dentro del puerto marcaba 27. Johan vió un sitio estupendo para amarrar de costado así que -haciendo caso omiso de sus palabras- me dió instrucciones para poner todas las defensas en un costado y prepararme para abarloar al muelle.

Yo pelín nerviosa -en mi línea cuando llegamos a puerto- lo último que le oí decir fue “yo te acerco, salta por el centro del barco con el amarre de proa, corre a fijarlo en el noray... si se engancha el cabo y arrancas un candelero lo arrancas, vale?”

glups, pues vale, qué iba a decir yo.

Me situé en el centro del casco, ya fuera de los guardamancebos y ¡milagro! El viento bajó repentinamente a 12 nudos, la maniobra fue tranquila y tirando a perfecta, estábamos amarrados y podíamos ir a ver Monemvasia

diréis lo que queráis... pero yo tengo un ángel de la guarda!





















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