sábado, 27 de diciembre de 2008

Cronicas desde Tunez. Bulla Regia

Si queréis saber cómo pasan nuestros días, lo cierto es que seguimos trabajando en los interiores del barco que no están todavía terminados. En ese aspecto, las cosas no han cambiado demasiado con respecto a nuestra vida en Valencia... no demasiado; pero ahora escuchamos la llamada a la oración cinco veces al día, comemos dulces árabes, kebbabs, paseamos por callejuelas llenas de gentes distintas y olores nuevos, oímos hablar un idioma que no entendemos, tenemos que esforzarnos para comunicarnos, y tenemos nuevos lugares que descubrir.

De vez en cuando hacemos alguna excursión por los alrededores.

Hace algunas semanas acordamos con nuestros vecinos del puerto, Graham y Margaret, visitar las ruinas de Bulla Regia. Debíamos coger un autobús que iba a Jendouba y antes de llegar cambiar por otro, o una vez llegados allí tomar un taxi.

Llegamos a la parada del autobús a las 9,15h. El autobús había salido a las 9h y faltaba mucho para el siguiente. Plan B: viajaríamos en louage.

Ya comenté que se trata de una pequeña furgoneta con 8 plazas que sale en cuando está llena. Son blancas con una franja de color que varía según la zona a la que se dirigen. El autobús costaba 3 dinares; el louage nos cobró 4 por el mismo viaje pero sin paradas. Esta semana el cambio del dinnar es de 0,55 dinnares por euro.

En el camino hacia Jendouba se encuentra la ciudad de Ain Draham, enclavada en una zona completamente verde. De repente piensas que te has equivocado de país y que realmente no estás en el norte África, que lo que se ve por la ventana es más bien algo como Asturias. Otro vecino de pantalán nos había explicado que él va a menudo a esa zona a coger setas. Un país de contrastes.

Llegamos a Jendouba y un taxi nos lleva hasta las ruinas por 5 dinnares (el taxista que nos llevó de regreso a la ciudad nos dijo ofendido que nos había estafado: la carrera tiene un precio estipulado de 3,80). Es un día laborable, lluvioso y no se ve nadie por la zona. 4 dinnares de entrada y 1 por la cámara de fotos.

Empezamos a andar por una amplia extensión en la que se adivinan aquí y allá diversas construcciones; hacemos bromas entre nosotros –tengo que mejorar mi inglés urgentemente- y en un momento dado Graham dice que por fin estamos en un sitio que no debe ser demasiado turístico: no se ve ni un japonés por la zona.

No han pasado ni dos minutos cuando de detrás de una pequeña colina emerge un grupo de unos 40 japoneses, en su mayoría mujeres, armados con las consiguientes cámaras de fotos siguiendo a un guía... a veces es mejor estar callado. Siguen las risas.

Poco después y salida de la nada más absoluta aparece una guía locas que asegura hablar un montón de idomas, que habla muy rápido y de la que resulta imposible deshacernos: acabamos de “contratar” una visita comentada.

Las ruinas son realmente espectaculares por la cantidad de viviendas y otros edificios que se conservan, pero lo que realmente llama la atención son los mosaicos: muchos, mejor y peor conservados, de la época romana, de la época bizantina ¡y completamente expuestos al clima y a los turistas!!!!. Ningún tipo de protección. La lluvia ya ha hecho estragos en alguno de ellos. Se pueden pisar sin problemas... una pena.

La visita ha durado un par de horas y lo hemos pasado fenomenal.

La vuelta a casa se hace complicada porque el día siguiente es la gran fiesta del cordero y todo el mundo se pelea por una plaza en un louage para volver a sus lugares de origen... algunos con el cordero puesto y debidamente instalado en el techo de la furgoneta!!!!

Finalmente conseguimos transporte y volvemos a casa.


En las ruinas hemos encontrado plantas de menta. Hemos cogido unas pocas y ya tenemos la excusa perfecta para seguir con la fiesta. Por la noche: mojitos en el Alea!!!!!!!!!

Es cierto que otros días se nos van las horas con la lija y el barniz, pero también nos sabemos regalar días con encanto.


Besos tunecinos




























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